Bajó corriendo desde el cerro como una avalancha avanza en la nieve, el carro ya había partido en dirección hacia Valparaíso, en media hora mas vendría el segundo tren, pero no podía esperar .
La llamada efectuada rompió cualquier duda, no podía dejar pasar el tiempo, la histeria rompía con su serenidad tan habitual, el sudor se hacia dueño de él, sentía que las piernas no le acompañarían en el recorrido, la niebla del día no mejoraba sus expectativas, la eternidad del tiempo le obligó a tomar el primer microbús en dirección al puerto. Ansioso y preocupado consultaba el teléfono móvil a cada segundo, por si en un acto de compasión volvía a llamar. Durante el camino evocó aquellos ojos que reflejaban una inmensa ternura contenida, su cabello suave y delicado, el aroma de su cuerpo , que inflamaba sus sentidos. Si tan sólo hubiera decidido dejar todo por ese amor, hoy sería distinto.
Era difícil entendender el amor adolescente, y a él sumergido en los prejuicios, tanto que, jamás imaginó siquiera que llegaría a ser el motor de su vida. Corrió hasta el puerto entre la muchedumbre, con asombro helado volvió su rostro hacia el gentío que se acumulaba en dirección al agua, una sombra enlutó su vista, y ciego de terror llegó hasta la orilla del muelle, en dónde descansaba el cuerpo del joven que acababa de devolver el mar…
Es una instancia democrática de publicación para no perder aquella creatividad que se escurre entre las inquisidoras y críticas miradas de quienes pretenden juzgarla, poniéndole etiquetas.
domingo, 13 de mayo de 2007
domingo, 22 de abril de 2007
ignorantiam
Había tomado el metro en la estación San Miguel, como todos los días repetía el mismo trayecto hacia la entrada del tren, salía de la escuela tactando el piso con su bastón, una varita plateada que se podía doblar en tres partes, cada grieta en la vereda era testigo de su tesón, el relieve de aquel camino era algo conocido para él, las cuatro cuadras que le llevaban al metro estaban impresas en su memoria, aunque estaba ciego desde hace unos años, pocos le reconocían como impedido sin su bastón, sus anteojos café ocultaban muy bien sus limitaciones , su destreza al caminar, el garbo de su figura, el fuerte carácter que poseía ahuyentaban cualquier esbozo de lástima hacia su persona. Era un hombre muy atractivo, no sólo por su físico sino también por su intelecto. Ese día el sol se había preocupado de atacar a todos los transeúntes que corrían apurados a sus trabajos, él conocía bien ese sonido, el sonido de los tacos apurados, de las gomas del calzado en la baldosa, imaginaba mujeres bellas, de piernas torneadas, olía perfumes, violetas, jazmines y cítricos., le gustaba el metro, le gustaba el contacto con el resto, la complicidad, los roces casuales, sintió el golpe de puertas y se dispuso a entrar, diez estaciones para llegar a casa, diez timbres que debía contar, y entre todo el lío, además hacer transbordo de una línea a otra, se abrieron las puertas y sintió de golpe el aroma a violetas, seguramente esa mujer se había apenas levantado, el olor a jabón y el perfume la delataban, seguramente era joven, de hermosas piernas, sintió los tacos, no viajaba mucha gente así es que podía percibir algunos movimientos, el calor hacía mas intensos los aromas y él se permitía olisquear a esa mujer que estaba cada vez mas cerca de él, de pronto se dio cuenta que fantaseaba con ella, podía sentir un leve olor a sudor, en un momento de ausencia ante el mundo real soñó que era él quien la excitaba y producía aquel efecto en ella, imaginaba el sudor recorriendo el cuerpo de la musa aquella, tomando el lugar de sus manos que ansiosas habrían hecho ese trabajo. La última estación y debía despedirse de la excitante compañía, la sintió muy cerca de si—pero, ¿ quien se fijaría en un ciego como él? —pensó, volviendo a la realidad, lentamente metió la mano en su bolsillo y sacó el bastón doblado, para encaminar sus pasos hacia el hogar, ahora vacío…
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