domingo, 22 de abril de 2007

ignorantiam

Había tomado el metro en la estación San Miguel, como todos los días repetía el mismo trayecto hacia la entrada del tren, salía de la escuela tactando el piso con su bastón, una varita plateada que se podía doblar en tres partes, cada grieta en la vereda era testigo de su tesón, el relieve de aquel camino era algo conocido para él, las cuatro cuadras que le llevaban al metro estaban impresas en su memoria, aunque estaba ciego desde hace unos años, pocos le reconocían como impedido sin su bastón, sus anteojos café ocultaban muy bien sus limitaciones , su destreza al caminar, el garbo de su figura, el fuerte carácter que poseía ahuyentaban cualquier esbozo de lástima hacia su persona. Era un hombre muy atractivo, no sólo por su físico sino también por su intelecto. Ese día el sol se había preocupado de atacar a todos los transeúntes que corrían apurados a sus trabajos, él conocía bien ese sonido, el sonido de los tacos apurados, de las gomas del calzado en la baldosa, imaginaba mujeres bellas, de piernas torneadas, olía perfumes, violetas, jazmines y cítricos., le gustaba el metro, le gustaba el contacto con el resto, la complicidad, los roces casuales, sintió el golpe de puertas y se dispuso a entrar, diez estaciones para llegar a casa, diez timbres que debía contar, y entre todo el lío, además hacer transbordo de una línea a otra, se abrieron las puertas y sintió de golpe el aroma a violetas, seguramente esa mujer se había apenas levantado, el olor a jabón y el perfume la delataban, seguramente era joven, de hermosas piernas, sintió los tacos, no viajaba mucha gente así es que podía percibir algunos movimientos, el calor hacía mas intensos los aromas y él se permitía olisquear a esa mujer que estaba cada vez mas cerca de él, de pronto se dio cuenta que fantaseaba con ella, podía sentir un leve olor a sudor, en un momento de ausencia ante el mundo real soñó que era él quien la excitaba y producía aquel efecto en ella, imaginaba el sudor recorriendo el cuerpo de la musa aquella, tomando el lugar de sus manos que ansiosas habrían hecho ese trabajo. La última estación y debía despedirse de la excitante compañía, la sintió muy cerca de si—pero, ¿ quien se fijaría en un ciego como él? —pensó, volviendo a la realidad, lentamente metió la mano en su bolsillo y sacó el bastón doblado, para encaminar sus pasos hacia el hogar, ahora vacío…