Sus ojos quedaron fijos en los ojos del hombre que coincidía con ella al cruzarse el tren en dirección contraria. A pesar de que generalmente se entretenía observando a los pasajeros en el vagón, nunca se había fijado en la gente que viajaba en la línea opuesta, quizás por la lejanía del contacto.
Moreno de ojos grandes y redondos, cabello oscuro y corto, aunque no tanto como para pasar desapercibidas las ondas que formaban el mar anochecido en su cabello y que tan graciosamente adornaba su rostro triste. Deseó por primera vez que el tren detuviera la marcha para descifrar la nostalgia de esa mirada que se perdía entre el gentío y el cambio de estación.
Cada cierto tiempo se encontraba con él, se quedaba inmóvil observándolo, llenando su imaginación de historias, hasta que el movimiento del tren lo hacía desaparecer.
¿Que dolores llenarán su mirada de angustia , como el sufrimiento puede colmar de belleza el alma de un ser humano haciéndola resplandecer a través de sus ojos?
Sintió que lo amaba profundamente, hizo propio el dolor quimérico para aliviar en algo la carga que pudiese llevar su objeto de adoración.
Decidida tomó el tren en dirección contraria, como no lo encontrase lo volvió a hacer repetidas veces hasta que un día coincidieron nuevamente, todo su cuerpo temblaba de emoción, lentamente caminó por el vagón y se sentó justo frente a él.
Ante la impertinencia de la mirada el joven levantó la vista y le respondió con una amplia sonrisa.Todo el universo de ficción cayó derrumbado ante sus ojos, quebrándose una a una cada elucubración tejida en aquel tiempo, sintió que el corazón se fragmentaba en mil pedazos, una pequeña lágrima escapó de entre sus ojos, el tren se detuvo y ella caminó sin rumbo por los pasillos de la estación...
Es una instancia democrática de publicación para no perder aquella creatividad que se escurre entre las inquisidoras y críticas miradas de quienes pretenden juzgarla, poniéndole etiquetas.
sábado, 28 de diciembre de 2013
jueves, 12 de diciembre de 2013
Dasein
Anochecía y la orquesta se disponía a presentar su diaria función. Inmensa era la luna que llenaba los espacios solitarios del estío, quien llevaba de compañera a la sequía casi como una novia impuesta, desde hacía unos cuantos años. Una tibia brisa abochornaba los ánimos inocentemente.
A pesar de verse siempre muy compuesto, con su traje marrón brillante de experimentado violinista, no podía contener sus ansiedades, desde que tomó conciencia de su ser, no lograba aceptar las vicisitudes del vivir. Sin consuelo, a menudo y acongojado por la nada que lo había hecho preso de si mismo, no lograba desasirse del vacío y caía lívido ante la duda. No eran pocos los que compartían su oficio y terminaban en el fondo del lago buscando llenar líquidamente esa ausencia que ahora le agobiaba.
El croar de los sapos indicaba que comenzaría pronto la función, caminó con paso lento por la orilla del estanque divisando levemente su silueta en un espejo de barro. La inquietud, el sentimiento de ser arrojado al mundo, desvalido y solo, crecía a pasos agigantados mientras la multitud esperaba su concierto.
Interpretó su pieza musical de un modo magistral, trenos universales llenaron la estación y siguieron vaciando su alma, como cada día, como cada noche, como siempre que la rutina daba el compás de marcha en sus pies, en sus manos y en todo.
Trepó saltamonteando como pudo al estanque blanquecino, entonó un par de melodías y la onda provocada por los pasos de los ahora despiertos moradores logró su efecto hipnótico y abriendo ampliamente su boca, saltó al agua para llenar en un suspiro su vacío existencial.
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