Ya no la amaban, la desgarradora verdad no quiso salir del caracol auditivo y destruyó el tímpano en conjunto con el alma. Sin embargo el doctor tan sólo recurrió a señalar que era un resfrío mal cuidado.
Al darme la vuelta en la cama vi su espalda desnuda, lentamente me levanté y dirigí mis pasos a la cocina, hurgando en los cajones dí con el puñal perfecto, un movimiento rápido y feroz cortaría las venas del cuello del desalmado. La sangre salía a borbotones de sus venas, yacía el cuerpo inerte a su lado, ni un grito, ni un gesto de dolor, ni el placer de verlo sufrir, se fue en el acto.
Salió corriendo de la habitación empapada en sangre, chorreando los dedos del espeso y fuerte olor, resbalaba en el líquido sanguíneo que goteaba del cobertor, no podía levantarse, quiso gritar y no pudo, las lágrimas ahogaban su garganta, un grito desgarrador salió de su alma rota, despertando al único espectador.
Abrió los ojos, el trino de las aves y un pálido rayo de luna la despertaron, al filo de la madrugada, sudorosa por la pesadilla que acababa de tener, a su lado el gato negro la miraba con ojiverde dulzura, se acomodó entre sus piernas, mientras el ronroneo cómplice aliviaba la angustia y el dolor.
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