El trino de las aves y un pálido rayo de luna la despertaron al filo de la madrugada, el cansancio hacía presa de su conciencia, miró a un costado y percibió el cuerpo del hombre amado. Admiró el pálido rostro, sus bellas facciones, el torso desnudo. Recordó las discusiones, los engaños soterrados, la ausencia de cuidados, las largas noches de espera al regreso de la juega semanal, el beso obligado, la caricia lastimera de los últimos días, el dolor del alma hacía eco en los oídos inflamados, la ausencia de argumentos válidos acrecentaba la otitis que se empecinaba en atormentarla aún más .
Ya no la amaban, la desgarradora verdad no quiso salir del caracol auditivo y destruyó el tímpano en conjunto con el alma. Sin embargo el doctor tan sólo recurrió a señalar que era un resfrío mal cuidado.
Al darme la vuelta en la cama vi su espalda desnuda, lentamente me levanté y dirigí mis pasos a la cocina, hurgando en los cajones dí con el puñal perfecto, un movimiento rápido y feroz cortaría las venas del cuello del desalmado. La sangre salía a borbotones de sus venas, yacía el cuerpo inerte a su lado, ni un grito, ni un gesto de dolor, ni el placer de verlo sufrir, se fue en el acto.
Salió corriendo de la habitación empapada en sangre, chorreando los dedos del espeso y fuerte olor, resbalaba en el líquido sanguíneo que goteaba del cobertor, no podía levantarse, quiso gritar y no pudo, las lágrimas ahogaban su garganta, un grito desgarrador salió de su alma rota, despertando al único espectador.
Abrió los ojos, el trino de las aves y un pálido rayo de luna la despertaron, al filo de la madrugada, sudorosa por la pesadilla que acababa de tener, a su lado el gato negro la miraba con ojiverde dulzura, se acomodó entre sus piernas, mientras el ronroneo cómplice aliviaba la angustia y el dolor.