Bajó rauda las escaleras rumbo al
trabajo, el calor sofocante hacía que la ropa se le pegara al cuerpo, un leve
escote confirmaba la mañana de verano. Nuevamente tenía que rodear la construcción,
único camino para llegar al metro desde hacía ya una eternidad.
Una tabla de madera separaba los
pies del abismo comercial en que estaba convertida la avenida, metáfora de
pasarela astillosa que obligaba a las
féminas trabajadoras de cada día, exhibirse ante la banalidad de los albañiles
que extasiaban sus ojos caldeados de morbo sexual.
El tierral acumulado, las
piedrecillas, las astillas del tablón que servía de puente, se sumaban
antitéticas a las sandalias de tacón, las medias de nylon y la falda del
uniforme que no podía dejar de usar.
Se dispuso a cruzar, respiró
amplia y profundamente, llenando los pulmones del aire contaminado de esta
ciudad enferma.
Una lluvia de sandeces cubrió sus
oídos provocando la hipoacusia, caminó con paso firme hasta el centro del
puente, un cuerpo hostil cargando una carretilla bloqueó el paso habitual del
transeúnte que escaseaba a esa hora de la mañana.
Permiso -señaló con voz firme, sin mirarlo a
los ojos. El macho no movió un ápice de su atolondrado cuerpo, más bien hizo
ademán de que pasara casi rozándolo, lluvia de risas desde las alturas del
monumento histórico a la imbecilidad.
Permiso señor- volvió a señalar
esta vez clavándole sus ojos al albañil, como no se moviera, retrocedió un poco,
levantó su falda unos cuantos centímetros y se dispuso a continuar, apegó sus
pechos al cuerpo del hombre rozándolo, dejándole ver la carne oscura de su
cuerpo, el bruto inmóvil, clavaba las pupilas en la aureola, con un juego de
piernas, abrió lentamente las de él, y en un dos por tres le propinó un
rodillazo que partió su virilidad en cuatro. Ante el dolor el hombre herido se azota en contra la
carretilla cargada con materiales, golpeándose duramente el cráneo, ella aprovechó la
oportunidad y de dos patadas le voló la dentadura, tomó un chuzo y lo atravesó
con el metal, ensangrentado y en el suelo siguió golpeándolo duramente…hasta
que la voz de otro animal la hizo reaccionar.
Cómo se le ocurre pasar por ahí Gutierrez!!!
Hágase a un lado, deje pasar a la señorita.
Volvió a la realidad, le dio una
mirada llena de asco a los dos y continuó camino al metro, pensando en que quizás
sería bueno dejar los videojuegos…