sábado, 23 de noviembre de 2013

Punto de partida

Doce años compartidos hacen tomar la decisión de partir, para dejarte aquí, con  tus promesas de luces, la espectacularidad de tus construcciones y tu mayestática tecnología.
Aquí se desaprende, se deshumaniza y se deshoja la vida en gajos de tiempo. Se pierde la simpleza, la confianza, y el amor toma un cariz empresarial como todo lo que te circunda.
Acá aprendí que para ustedes un regalo o una simple demostración de afecto trae consigo una doble intención, que la amistad está condicionada, que la soledad y el silencio son sinónimos de barbarie, que la alegría es locura y que la tristeza es contagiosa por lo tanto hay que esquivarla. Aprendí a tener ojos vitrinales para el mercado y evasivos para el sufriente.
Acá se siente con la frialdad del cemento, se vive como la televisión manda, se viste como la moda impone y se triunfa como el dinero apremia.
Desde lejos te envidiamos y temimos, hoy ya sin miedo, te veo vencido, acorralado, asfixiado entre los olores residuales y putrefactos de la millarada de ilusos que se quedan.

Necesito de la maternidad de mi tierra, del abrazo confiado, de la mirada directa, del apretón de manos, del cantar de los gallos, del silencio sabio, de la amistad libre y sin condición, del amor simple y sencillo, que no espera nada, solamente ser.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es extraño, pero este relato explica como me sentía cuando estaba trabajando en Santiago, luego de muchos años de estar lejos. Ya salí y nuevamente solo voy de paso. Gracias

Edd.