sábado, 23 de noviembre de 2013

On ego rem, on ego hominem

Bajó rauda las escaleras rumbo al trabajo, el calor sofocante hacía que la ropa se le  pegara al cuerpo, un leve escote confirmaba la mañana de verano. Nuevamente tenía que rodear la construcción, único camino para llegar al metro desde hacía ya una eternidad.
Una tabla de madera separaba los pies del abismo comercial en que estaba convertida la avenida, metáfora de pasarela  astillosa que obligaba a las féminas trabajadoras de cada día, exhibirse ante la banalidad de los albañiles que extasiaban sus ojos caldeados de morbo sexual.
El tierral acumulado, las piedrecillas, las astillas del tablón que servía de puente, se sumaban antitéticas a las sandalias de tacón, las medias de nylon y la falda del uniforme que no podía dejar de usar.
Se dispuso a cruzar, respiró amplia y profundamente, llenando los pulmones del aire contaminado de esta ciudad enferma.
Una lluvia de sandeces cubrió sus oídos provocando la hipoacusia, caminó con paso firme hasta el centro del puente, un cuerpo hostil cargando una carretilla bloqueó el paso habitual del transeúnte que escaseaba a esa hora de la mañana.
 Permiso -señaló con voz firme, sin mirarlo a los ojos. El macho no movió un ápice de su atolondrado cuerpo, más bien hizo ademán de que pasara casi rozándolo, lluvia de risas desde las alturas del monumento histórico a la imbecilidad.
Permiso señor- volvió a señalar esta vez clavándole sus ojos al albañil, como no se moviera, retrocedió un poco, levantó su falda unos cuantos centímetros y se dispuso a continuar, apegó sus pechos al cuerpo del hombre rozándolo, dejándole ver la carne oscura de su cuerpo, el bruto inmóvil, clavaba las pupilas en la aureola, con un juego de piernas, abrió lentamente las de él, y en un dos por tres le propinó un rodillazo que partió su virilidad en cuatro. Ante el dolor el hombre herido se azota en contra la carretilla cargada con materiales, golpeándose duramente el cráneo, ella aprovechó la oportunidad y de dos patadas le voló la dentadura, tomó un chuzo y lo atravesó con el metal, ensangrentado y en el suelo siguió golpeándolo duramente…hasta que la voz de otro animal la hizo reaccionar.
Cómo se le ocurre pasar por ahí Gutierrez!!! Hágase a un lado, deje pasar a la señorita.

Volvió a la realidad, le dio una mirada llena de asco a los dos y continuó camino al metro, pensando en que quizás sería bueno dejar los videojuegos… 

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